Por Patricia(Patokata), desde Uruguay
Una mezcla de sangre, aceite y baba se
le escapaba por la comisura de los labios; no dejaba de quejarse y reírse entre
palabras incoherentes. Era una escena acostumbrada pero causaba pena ver que en
todas las reuniones se pasara de copas y, por hacerse el gracioso, terminará accidentado.
Pero en esa ocasión no se trataba de una reunión cualquiera, de una persona
cualquiera; desde la puerta, la hija con su largo y blanco vestido de 15 lo
mira con mezcla de tristeza y odio.
Ella se había negado desde un principio a hacer la fiesta, sabía que su padre
no se mantendría sobrio para llevarla del brazo cuando entrara al salón y
bailar con ella el vals.
Las lágrimas comenzaban a agolparse en sus ojos cuando la tomé del brazo y la
saqué a bailar, después de todo soy su padrino; su madre, como era costumbre,
quedó lidiando con el borracho del padre.
Mientras girábamos le sonreí y, poco a poco, ella se fue relajando; pronto su
madre estuvo allí mirándola bailar, feliz y emocionada.
— No permitas que nada ni nadie opaque tu felicidad — oí que decía muy bajito,
la miré con cara de curiosidad.
— Es una frase que mi madre me enseñó… — me dijo con una bella sonrisa y
continuó bailando.
Braaaaaaaaaaaavoooooooooooooo!!!!!! me encnatan tus historias, son geniales, esta se pasó de buena. Si sacas un libro con tus historias te lo compro, te lo juro. Excelente!
ResponderEliminarMe gustó! Saludos :)
ResponderEliminarQue duro para la chica, menos mal que tiene a su padrino, y a una madre que le dice frases bonitas. Bonito fragmento. Besos
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