De a poco nos fuimos escabullendo hasta llegar a una oscura habitación. Nos lanzamos sobre la cama y entre besos y abrazos nuestras manos empezaron a recorrer más de lo que debían. Comencé en su pecho, bajando por su torso, su abdomen, me tropecé con un cinturón, me deshice del obstáculo y seguí por debajo del pantalón… ¡horror! Era un pene largo y flaco como una lombriz. No sé qué le dije, solamente recuerdo que salí corriendo horrorizada por mi descubrimiento y volví a la fiesta. Ambos nos quedamos a dormir en la casa del anfitrión, pero no cruzamos muchas más palabras. En la mañana me sentí pésimo por huir de su lado, ya que su personalidad era encantadora y tenía bastante más que aportarme. Siempre he creído que no hay personas ni cuerpos malos para el sexo, simplemente es cuestión de saber adaptarse. Arrepentida lo llené de besos y caricias, volvimos a conversar largamente y la química era sorprendente. Le pedí que me esperara, ya que debía resolver un asunto urgente. Al regresar él se había ido sin dejar explicaciones.