Un gas para entrar en confianza

Por La Churro desde Chile 

Puedo describir penes, vómitos y heridas purulentas. No me sonrojo al mencionar halitosis, sexo oral o piojos. No me incomodan discusiones sobre herpes genitales ni axilas peludas ni masturbación. Puedo hablar con altura de miras de muchos temas que para otros pueden ser motivo de pudores, mejillas sonrojadas y risitas incómodas. Pero, hay un solo contenido que no he logrado sacar de mi lista de tabúes: el meteorismo (incluso así, cursi y sutilmente me cuesta decirlo).

Dicen que no hay mayor muestra de confianza y complicidad que lanzarse un gas frente al ser amado. Si realmente es así, significa que nunca he confiado en alguien. 


Hubo uno de mis novios que se reía bastante del tema, le gustaba hacer competencia con sus amigos del más hediondo o el más sonoro… Es más, ¡hacía estos concursos con sus antiguas parejas! A pesar que me incentivaba para entrar en el juego, mis pudores pudieron más y jamás escuchó de mí un sonido y ni siquiera nombrar la palabra.

Es tanto mi rechazo hacia esta sonora expresión corporal que he logrado técnicas para evitarlos; masajear de un modo especial el estómago, provocar ciertas contracciones intestinales, una postura especial del cuerpo y cuando no doy más, una habilidad milenaria para que jamás nadie me oiga o me huela. Pero como es de esperar, un accidente tuve por ahí.

Viajé al norte del país a visitar a un gran amigo y sin esperarlo, conocí a un sujeto que me llevó al borde de la locura, quizás la más apasionada relación que he tenido. Llevábamos menos de una semana juntos y esa noche fuimos a comer quesadillas y luego saciamos un antojo con medio litro de leche con plátano cada uno. Era tan intenso este sentimiento que estábamos gestando, que para no separarnos ni un minuto, dormíamos en su auto en medio del desierto, ya que obviamente yo no podía llevarlo a la casa de mi amigo, ni él llevarme a dormir tan pronto al hogar que compartía con sus estrictos padres y los ingresos eran escasos como para pagar un hotel a diario.

Allí, acurrucados en el asiento posterior, yo me enrollaba como un feto y él utilizaba mis caderas y trasero como una poco común y sexy almohada. Comprenderán que las quesadillas y la leche con plátano, unidos a mi intolerancia a la lactosa, mi colon irritable y las mariposas en mi estómago fueron la peor mezcla que se me pudo haber ocurrido. En medio de la noche ¡PUM! Un estruendo tan grande salió de mi cuerpo que incluso llegué a despertarme. Obviamente él también se despertó asustado mirando con grandes ojos para todos lados. No me quedó otra que hacerme la dormida y menos mal el cansancio era tanto que él cayó en el sueño a los pocos segundos y sin tener mucha conciencia de lo que había sucedido.

No me sacaba esa imagen (más bien ese sonido) de la cabeza, hasta que la justicia divina hizo lo suyo. Al par de días, no recuerdo bien por qué,  nos dio un ataque de risa que llegamos a revolcarnos en el piso de las carcajadas. Tanto nos apretamos la panza por las risas y tal era la soltura de tripas que ¡PUM! De él salió y el bullicio fue tan grade como el mío. Nos miramos en silencio por un segundo y volvimos a las estridentes carcajadas con más ganas que antes.





CONVERSATION

3 ya son Blogger@s:

  1. ajajjajaajajja que locura que me he reído con tu post, la verdad si al principio uno tarta de que no salgan por ahí los pum, pero a veces el cuerpo necesita descargarlo de alguna forma y a veces el baño no esta cerca o estas en una situación como la tuya en que si te ríes mucho o comes algo truculento bueno pasa, es desagradable pero es normal y natural de nuestro cuerpo, ahora eso no signifique que andemos por la vida a raja suelta pero siempre tenemos que tratar de respetar los oídos y la nariz de los otros :)

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  2. jejejej super cómica!. Pero concuerdo con Lmm.. Definitivamente el cuerpo no esperaaa... somos humanos y a todos nos pasa por naturaleza, a veces podemos controlarlo pero otras no..

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  3. Dicen que es mejor perder un amigo que perder una tripa... quizás sea cierto

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