Por Tania Yesivell desde Honduras
Era mi reflejo. Pero era más honesto. No llevaba encima nada en lo que yo no creyera. ¿Uniforme? ¿Aretes caros? Llevaba la ropa que me gustaba y que mis padres no me permitían. Usaba un par de anteojos que me hacían lucir ñoña pero no me daban miedo como los lentes de contacto. Mi maquillaje era el propio de una obra de teatro... Esa era una versión mía bastante llamativa, no porque me interesara llamar la atención, sino porque me gustaba esa apariencia, me hacía sentir cómoda y al diablo con la gente que me señalaría.
El lugar
también se veía distinto en el reflejo. Más oscuro y siniestro.
Las malas intenciones no permanecían ocultas; el peligro no se
integraba en el paisaje.
Era
maravilloso ver todo con semejante claridad; amarme,
entender el entorno...
Mi
compañera me preguntó qué estaba viendo y, me di cuenta de que mi
reflejo en aquella pared sucia era invisible para el mundo.
Por eso
fue que me pasé todas esas tardes, esas noches, esta vida, tratando
de calcar mi reflejo, para que las paredes fueran tan sabías para el
resto como lo habían sido para mí.
wow, que interesante y potente relato, me gusto mucho.
ResponderEliminar:) esperare si es que hay algún otro :) a veces nos preocupamos mucho de lo que reflejamos :)