Por Tania Yesivell desde Honduras
Helos ahí: Años y años de problemas, amistades, noviazgos felices o finales tristes.
Mientras mis hermanos se sirven otro sandwich de cerdo, yo dejo a mis ojos escudriñar a través de la ventana, mientras mis conciencia revisa los millones de contenedores que llevo a cuestas después de tantas nochesviejas que han prometido nuevos inicios.
Una falasia tan enorme como las de los muchachos que solamente querían mi compañía por motivos que no me interesaban.
No se reinicia la existencia, no se recomponen los ventanales rotos, no se vacían los contenedores que he ido atiborrando con rencores y nostalgias. Solamente es número en el calendario.
“Si recibes el año con esa amargura, igual vas a pasar los próximos trecientos días”, dice mi madre. Y aunque no soy de las que creen en los mitos de año nuevo, supongo que esto puede ser verdad. Un día basta para dejarse caer en la amargura.
Supongo que tendré que fingir que le creo sus promesas a la nochevieja. Y ya veré como me hago cargo yo de arreglar esas ventanas rotas y quemar el equipaje que se ha vuelto lastre.
Tiene gracia: ¿Te dicen que elimines tu amargura porque sí? Porque, a poco que uno sufra de esta clase de dolores, sabe perfectamente que no se van sin una buena razón, ya sea el fin de la causa de la amargura, ya sea algo que, en comparación, haga que lo que te doliera no sea para tanto, ya sea porque has encontrado, sola o con ayuda, una solución a tu problema.
ResponderEliminarNo recomendéis eliminar amarguras si no tenéis una solución para las mismas.
Supongo que es cierto: no hay caso en decir cosas como "no te amargues" o "no estés tristes"; hay que dar soluciones o elementos distractorios. n_n
EliminarPero, siempre existe la posibilidad de que sea cuestión de actitud... aunque regañar a los demás no les hace sentirse menos amargados, ¿verdad?