Enviado por @piaspatari desde Ecuador
Como buena capricornio, siempre he sido una persona responsable, práctica, ‘trabajólica’, ambiciosa, calculadora y, en cierta medida, persistente, aunque el don de la paciencia no me tocó. Siempre quiero todo para ayer y que salga a la perfección. Soy buena gestionando, soy buena con las ideas, aunque a veces demasiado soñadora. Esto tampoco cuadra con mi signo.
Desde mi época de estudiante universitaria, planifiqué mi vida de tal manera que solo debía seguir “el guión” paso a paso para alcanzar mis metas que, en aquel entonces, eran no muy ambiciosas, pero que me ayudarían a llevar una buena vida, casi como siguiendo un manual autoimpuesto.
Siempre quise tener un auto, siempre quise una casa grande con mucho jardín y un trabajo bien remunerado, irme de Chile –preferentemente a Australia o a Canadá–, tener a mi hija en un buen colegio: construir un futuro promisorio para mi pequeña familia.
Claramente, en el camino, todo fue cambiando. A veces la razón se vuelve idiota y comienza a dominar el corazón. Aquí estoy, en Ecuador, sin un futuro muy cierto.
Cuando llegué acá casi no entendía a la gente. Y no es que se trate de otro idioma, pero las primeras personas con las cuales tuve contacto, hablaban raro. No me gustaba contestar el teléfono ni hacer llamadas, para evitar decir “no le entiendo, ¿me puede repetir…?”. Y aunque a veces lo hice, me negué a seguir hablando por este medio luego de que me repitieran por segunda vez y siguiera sin entender nada. Era casi como si hablaran un idioma desconocido, una especie de lenguaje que no lograba identificar. Eso dificultó otras cosas, como buscar trabajo. ¿Cómo podía ser entrevistada por alguien si no lograba entender las palabras que me decían?
Aburrida de no ser productiva –bueno, aprendí a cocinar–, busqué quehaceres más altruistas. De ese modo podría hacer algo y afinar el oído a la vez. Como siempre me han gustado los animales, me decidí por el voluntariado. Sin pensarlo, envié una solicitud a una conocida fundación animalista para ayudar (esta historia dura casi cuatro años, así que resumiré)... En definitiva, jamás obtuve una respuesta pese a que varias veces lo intenté, incluso yendo personalmente a ofrecerme como voluntaria. Como mencioné antes, la paciencia no es un don presente en mí.
Entremedio nació Matías, mi segundo hijo, pero yo seguía con la necesidad de hacer algo más que cuidar niños –que, por cierto, suena mucho más sencillo de lo que realmente es–. Después de pensarlo y conversarlo mucho, vi que era necesario ayudar, aunque tuviera que hacerlo por mi cuenta. En realidad, daba igual: siempre lo había hecho, pero a pequeña escala. Quería reunir a la gente que tuviera mi misma visión para ayudar. Una vez que el problema estuvo identificado, todo debía ser más fácil. FALSO.
La primera ocasión que se me presentó para ayudar, fue cuando envenenaron a una perrita a la que yo quería mucho. Todos los fines de semana íbamos hasta el lugar donde vivía a dejar comida para ella y su manada. En esa casa tenían más de 10 perros y poco dinero para alimentarlos. Mi perrita preferida se llamaba Reina: una hermosa cachorra beige con el hocico negro. Aún recuerdo el día en que llegamos con dos ollas llenas de comida y los perros no salieron a recibirnos. La dueña nos contó que los habían envenenado. No sé cómo contuve las lágrimas. Creo que no le creí. Nos estacionamos y bajamos. Quedaban pocos perros. Habíamos llevado lechugas y otros vegetales para alimentar a un cerdo precioso que tenían para vender. Todos sus animales siempre han sido famélicos, excepto los cerdos –que, si no son gordos, no se venden bien–. Traté de que me lo vendiera para salvarlo. Se negó, pero esa… es otra historia.
Me senté en la ladera mientras el cerdo comía. ¡Cuál fue mi sorpresa cuando Reina, mi perrita adorada, llegó hasta mi lado casi arrastrándose y cayendo junto a mí! Estaba débil… era el animal más raquítico que había visto en mi vida. Ahí la dueña me contó que llevaba varios días sin comer, luego de que la envenenaran, y que ya nada se podía hacer por ella. Después de convencerla de que me la entregara para tratar de salvarla, comenzó el “paseo” por Quito intentando encontrar un veterinario un 5 de diciembre, feriado. En definitiva: la salvamos tras una semana viviendo con nosotros. Pero había que hacer mucho más que ayudar a un solo animal. Ellos eran muchísimos y, en el sector en que Reina vivía, la situación era la misma.
En principio, ayudaríamos a los animales que pudiéramos y, paralelamente, educaríamos sobre la tenencia responsable de animales de compañía. Hicimos algunos contactos, una cosa llevó a la otra y de pronto nos vimos publicitando nuestra primera campaña de esterilizaciones a escasos 2 meses de haber “visto la luz”. En esa primera campaña, esterilizamos a Reina. Lamentablemente, unas semanas más tarde, por la noche, me enteraría por un llamado telefónico que a mi niña, mi pequeña Reina, la habían vuelto a envenenar y había muerto sola, sufriendo por los efectos del veneno, a eso de las 12 del día.
Nada pudo haberme dado más fuerzas para seguir luchando por los animales que su partida. Aunque debo confesar que, al principio, sentí que todo había sido en vano y sufrí mucho por su ausencia. A más de un año de su muerte, todavía la extraño…
Pero hasta hoy hay muchos animales que sufren el mismo dolor que padeció mi nena. Sigo luchando por ayudarlos y trato de hacerlo eficazmente.
En principio, el trabajo en Amigalitos es un trabajo como cualquier otro: con su cuota natural de estrés y de frustración. Los frutos, quizás, tomen más tiempo en conseguirse, pero generarán –al menos eso espero– un cambio en las personas.
La gran diferencia con un trabajo por contrato o el que realiza cualquiera, es que el de ustedes genera un sueldo y, por tanto, ingresos mensuales. El mío no. Entonces me he visto, en poco más de un año, trabajando de forma gratuita, casi 24/7 por un ideal. Pero no por un sueño cualquiera, sino por el mío.
He dejado todo por ver nacer este sueño, por verlo dar sus primeros pasos, por verlo crecer, por ver y alegrarme de los resultados. Varias personas compartimos este sueño de formas distintas y lo vemos con matices diferentes. Ya sé de qué se trata, ya sé con qué lidio, ya sé con quién cuento, y también con quién no.
Pese a que Amigalitos me da muchas alegrías, también me da muchas tristezas. He llorado de pena con algunos casos y también de alegría con otros.
En este momento, no podemos seguir ayudando. Se requiere dinero para ayudar y si no trabajo, no genero ingresos; pero si trabajo, ya no tendré tiempo para ayudar. Es entonces que entro en este estado de incertidumbre de no saber qué es lo que debo hacer. Y todo queda en nada.
Este trabajo es desgastante y tiene poco impacto de manera inmediata. Sé que ayudando no tendré ni el auto ni la casa que siempre quise. Tampoco tendré el futuro que esperaba.
Siempre he creído que cada uno de nosotros tiene una misión en la vida, y que realmente las coincidencias o casualidades no existen. Creo firmemente que estamos predestinados a “algo”. Creo que Amigalitos es ese “algo” en mi vida.
Hay muchas cosas que me frustran de este trabajo, pero la peor de todas ellas es la indolencia de la gente. Recibir llamados o mails “pidiendo ayuda”, en los que nos avisan que un animal lleva x días vivo después de ser atropellado sin levantarse, aún tirado en el costado de la calzada. Es entonces que pienso en toda la gente que pasó junto al animal sin voltear siquiera. Inclusive la persona que nos escribe pidiendo que lo vayamos a ver se negó a hacer algo… Sé que entre la compasión y la acción hay un solo paso: QUERER. Querer ayudar, querer dejar que alguien sufra, querer que pasen cosas. Y me cuesta comprender por qué, si la gente ve el dolor de otro ser, pueda seguir su vida como si nada. Nadie quiere involucrarse, nadie quiere hacer nada y, por arte de magia, esperan que este mundo sea distinto. Palabras como “hagan”, “vayan”, “es su trabajo” pueden matarme.
Cierto es que no está al alcance de todo el mundo ayudar. Muchas personas no saben –o no se les ocurre– que está en sus manos hacer algo. Cuando a algunas de ellas se les pide ser parte de la solución, comienzan a actuar. Otras, simplemente, no vuelven a escribirnos. Pero hay otras que, a pesar de no tener tiempo, sí quieren ayudar.
No se necesita mucho para hacer algo. En nuestra fanpage hay casi 2300 personas. Si cada una de ellas donara 25 centavos al mes, podríamos ayudar realmente. Ahora, imagínense si donaran 1 dólar al mes… ¡Haríamos maravillas!
Inclusive si solo 50 de esas casi 2300 personas donaran 5 dólares fijos al mes, podríamos hacer mucho. Eso sería el equivalente a menos de 17 centavos diarios, de menos del 3% de quienes pertenecen o participan de la página.
Es fácil calcular esas cifras, pero muy difícil hacerlas realidad. Más aún cuando se trata de un compromiso constante. El tratamiento veterinario para un animal es caro, toma tiempo y dedicación. Por eso, cuando un animal sufre, para muchos es más conveniente “dormirlo” que ayudarlo. Pero para mí no es solo un animal, es un ser vivo que requiere atención, cuidados, amor, alimento, que quiere vivir y merece ser ayudado: porque está indefenso, porque nadie más quiso darle una mano. Porque –por alguna razón que aún desconozco– se cruzan conmigo o yo con ellos. Y esa no puede ser una casualidad.
Sacar a Amigalitos adelante no ha sido tarea fácil; sin embargo, seguir tratando de mover conciencias y ayudar cada día es como arar en el mar: se siente casi como luchar por una causa perdida… Pero en un momento de desesperanza, un amigo me dijo hoy: “(…) no hay causas perdidas, solo hay caminos largos. Sigamos soñando y contagiando al resto”.
Reina y yo, el día de nuestra primera campaña de esterilizaciones
Luchar por nuestros ideales e intentar cambiar las cosas no debe ser una tarea fácil; si lo fuera, perdería el valor de la propia lucha y el de la meta. He dejado todo por un sueño: espero vencer y doblarle la mano al destino, todo por un sueño y por Reina, porque se lo debo a ella y a miles de animales que hoy necesitan de nuestra ayuda
Testimonio por @piaspatari
País: Ecuador
Url: www.amigalitos.org
Contacto: info@amigalitos.org.
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Preciosa!!! me siento reflejada en tu historia!!!
ResponderEliminarYo soy la fundadora de Animalisima acá en Chile =)
Me encanto tu historia, te mando todas las fuerzas del mundo porque esta labor como me dijo una amiga una vez: "Es fuerte saber que en tu labor lo que más obtienes es tristeza y frustración" y es así, pero en mi caso lo llevo en la sangre.
Un beso enorme!!!! te felicito y estemos en contacto! :D
Admiro mucho la labor que realizas, la verdad este tipo de trabajo es como tu dices, desgastante y puede llegar a ser frustante cuando te das cuenta que la gente cada día se vuelve más indiferente hacia el sufrimiento de los animales, pero déjame decirte que lo que haces es de admirar, tu entrega y tu pasión demuestran que hay que mantener la esperanza, y no será fácil pero cuando vez casos que terminan bien son los que te ayudan a seguir adelante! Es otro tipo de satisfacción la que te impulsa a seguir!
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