Por Amal desde Chile
En días como hoy, en los que nos encontramos rodeados de noticias que no son menos que alarmantes para cualquier persona con un mínimo grado de sentido común, como por ejemplo, la amenaza de una guerra inminente entre Corea del Norte, Estados Unidos y demás países aliados. Así como el conflicto bélico Palestino-Israelí... Viene a mi mente la pregunta de qué podría explicar por qué dos grupos de seres humanos, hasta hace poco vecinos, pueden llegar a verse el uno al otro como una amenaza de una magnitud tal que la única solución concebida por ellos es el potencial exterminio del "supuesto enemigo".
Reflexionando en torno a este tema, surge en mi mente el recuerdo de una frase atribuida al Buda, según la cual la causa de todo el sufrimiento humano sería el deseo. Y efectivamente, si uno lo piensa, es en casos como estos que el deseo de poder, la ambición económica, la expectativa de tener el control de recursos naturales u otras recompensas parecidas, son las que hacen que un país, incluso las personas entre sí, lleguen a polarizarse a extremos como los más arriba descritos, que sirven como justificación para todo tipo de atrocidades y violencia inimaginable.
Por otra parte, si llevamos este mismo análisis al plano interpersonal, nos daremos cuenta que, en general, los conflictos entre las personas se producen cuando las expectativas de ambos entran en choque, por lo cual, en la mayoría de los casos se genera una respuesta de pugna de poder entre los involucrados para tratar de imponer los deseos de uno por sobre los del otro.
Siguiendo esta misma línea de ideas, parece lógico pensar que la causa del sufrimiento humano es, como ya se ha dicho, el deseo. Pero, por alguna razón que no logro comprender, la satisfacción de nuestros deseos puede ser tan importante que a consecuencia de su frustración, llegamos a ser capaces de conductas que, además de provocar el dolor a nuestros semejantes, nos mueve a desarrollar acciones que incluso un animal no sería capaz de perpetrar.
En función de lo dicho, se puede también pensar que si el dolor es la consecuencia directa del egoísmo humano, la felicidad, entonces, debiera ser la respuesta lógica a la antítesis del egoísmo, es decir, del amor o, mejor aún, de la capacidad de amar. Esta capacidad es tan natural al hombre como la violencia ya antes mencionada, pues como dice un texto religioso: ¿Qué padre daría a su hijo serpientes en vez de pescado?
Es así como todo ser humano en algún momento de su vida ha sido capaz de amar a alguien con un amor que lo hace pensar en el otro, incluso primero que en sí mismo, y de una actitud como esa nacen innumerables virtudes, tales como: empatía, escucha, generosidad, comprensión e incluso el don de perdonar las ofensas de los demás.
Es así como múltiples corrientes espirituales enfocadas en la búsqueda de la erradicación del sufrimiento humano, han enseñado que la domesticación de nuestros deseos es el camino más directo para eliminar el sufrimiento que tanto flagelo provoca la humanidad actual. Incluso se ha llegado a decir que una actitud de renuncia y desapego constante frente a las cosas que día a día anhelamos poseer, nos daría la posibilidad de conocer la verdadera libertad.
Esto quiere decir que, si los deseos gobiernan nuestra visión de la vida, emociones y actitudes que causan el sufrimiento, el liberarnos de esa influencia que nace en nuestro propio interior nos daría la posibilidad de decidir con base en nuestra más elevada conciencia, lo que realmente queremos hacer frente a una situación determinada. Evitando así caer en conductas compulsivas, que nos convierten de seres racionales en salvajes capaces de las más aberrantes atrocidades.
Esto quiere decir que, si los deseos gobiernan nuestra visión de la vida, emociones y actitudes que causan el sufrimiento, el liberarnos de esa influencia que nace en nuestro propio interior nos daría la posibilidad de decidir con base en nuestra más elevada conciencia, lo que realmente queremos hacer frente a una situación determinada. Evitando así caer en conductas compulsivas, que nos convierten de seres racionales en salvajes capaces de las más aberrantes atrocidades.
Seguramente, a reflexiones como estas se debe referir el simbolismo de San Jorge y el Dragón, o en el lenguaje alquímico: la transmutación del plomo en oro. Es decir, eliminar el egoísmo de nuestras almas a través del cultivo del amor está gráficamente simbolizada en la lanza de San Jorge... un gesto de amor penetra directamente el corazón de aquel que lo recibe, transformando su vida completamente, y ennoblece aquel que la otorga convirtiéndolo en un señor y dueño de sus propios actos.
Uf! Tan fácil y tan difícil a la vez. Linda reflexión, ojalá nos contagiemos todo un poquito de ese amor y altruismo que cuesta tan poquito dar y está lleno de gratifiaciones
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