Por Lulai Leo desde Argentina (P)
Tengo un secreto que contar… ¡Qué frase rara es esa! ¿Cómo es un secreto si quieres contarlo a toda costa? Pero a
veces los secretos pesan en el alma y tienes que tener a alguien que te escuche,
que sea tu cofre de los secretos. Así fue como nació mi amistad con mi actual
mejor amiga.
Yo tenía un secreto que me
carcomía, mi familia lo sabía pero en casa nadie hablaba de ello; supongo que
era difícil. No sabía qué hacer con ese secreto, con alguien tenía que poder
hablarlo. Un día no aguante más y se lo dije a la única persona con quien
solía hablar.
Esa chica que conocía desde la
primaria, a esa que había detestado y que de pronto era la única conocida en el
curso durante el primer año de la secundaria. Íbamos juntas al colegio,
compartíamos recreo, se sentaba tras de mí en el aula. Me di la vuelta hacia
ella y se lo dije todo, le dije que mi padre me había dicho que acaba de
descubrir que era adoptado y yo necesitaba decírselo a alguien. Ella me
escuchó...
... Y cuando digo que me escucho, fue
porque así lo hizo. No es fácil para algunos escuchar mi nerviosa y atolondrada
verborragia, entenderla y luego dar una respuesta coherente. Durante cinco
minutos y a una velocidad que ni yo me reconocía, le relaté lo angustiada que
estaba al descubrir que mis abuelos paternos nunca lo habían sido. Me descargué
y le hice prometer que no se lo diría a nadie.
Por la noche cuando ya estaba en
mi cama, el alivio que sentí al liberarme de ese secreto se convirtió en
desesperación. Había roto la promesa que le había hecho a mi padre de no
contarlo. ¿Y si él se enteraba de ello de algún modo? Pase varios días
maquinándome sobre las posibles situaciones en que mi padre se enterara de que
le había roto su confianza. Y si ella le
cuenta a sus padres, y luego alguien del colegio donde trabaja mi papá va al
quiosco de ellos y ellos comentaban algo. Y ese alguien, le dice algo a mi
papá…
Después de martirizarme pensando
tonterías, me di cuenta que el alivio que sentía al soltar el secreto, seguiría
siendo eso, un alivio. Que mi compañera no había roto mi confianza y que en vez
de hallarme en un problema inmenso, solamente había logrado darme cuenta que contaba
con una chica genial para que fuera mi amiga del alma.
Aún hoy, a cinco años de ese
momento, recuerdo mi miedo al haberle fallado a mi padre. Pero aún con más
cariño recuerdo que desde ese día cuento con ella para que guarde mis secretos.
Y yo, sin proponérmelo, soy quien guarda los suyos.
asi es la amistad... simplemente confiar sin ser traicionado.. y estar para lo sbuenos y malos ratos de la vida..
ResponderEliminarAlguien te demostró como los secretos pueden ser contados y aun así seguir siendo secretos. Y eso es lo que nos puede unir de por vida a alguien. Que bueno que has encontrado con quien compartir eso que no se puede compartir
ResponderEliminarQue lindo post!
ResponderEliminarEl aprender a confiar en los demás y en nuestros propios actos es algo muy inportante.