Inusual #3: Suicida

Por Tania Yesivell desde Honduras 


Érase una vez una mujer, joven y normal, que tenía un sueño sencillo: 

Dejar de ser normal antes de dejar de ser joven.


La idea inusual que más le había atraído desde el inicio de su viaje a la rareza y la falta de juicio, requería muy poca preparación, por no decir ninguna. Sin embargo, se había demorado un mes en decidirse a ejecutarla. 

Cada día, al salir del trabajo, volvía a pensar en ello. Así que, el día veintinueve -no lo sabía ella, porque no los contaba- pensó en ello durante varios minutos de trayecto en el taxi, puesto que no había nada en el discurso del conductor que ocupara su atención.

¿Por qué no se atrevía?
¿Es qué se avergonzaba, como cualquier persona dominada por las reglas sin razón de ser y los prejuicios?
Nada en su aventura tenía sentido alguno si se detenía a pensar dos veces antes de hacer algo diferente.

«Hoy es el día», se dijo.
Pero pronto entendió que no sería sencillo. El silencio que debía romper con una afirmación tan falsa como abrumadora, no se presentaría jamás en aquel taxi.

De pronto descubrió, con un escalofrío, que no reconocía la calle que recorría en el automovil. El conductor había elegido alguna ruta alterna, ya fuera para evitar el tráfico o para atracar a su pasajera. Bien sabía ella que eran eventos igualmente comunes, pero prefirió no chapotear en el barro de su propia angustia. Ya sufriría una sola vez si resultaba ser la peor opción.

Cuando empezaba a comprender que la zona no era solitaria, y ante los gritos del taxista hacia sus semejantes, supo que había hecho bien en dejar de lado una preocupación innecesaria. Y un instante después, se presentó una oportunidad: el taxi tomó la vacía calle del puente más viejo de la ciudad.

El taxista hablaba sin parar. Los autos se deslizaban lentamente en la avenida que cruzaba frente a ellos. Y justo a la mitad del puente, con su mejor tono inocente, habló la pasajera:

―No había vuelto a este puente desde que me maté.
El conductor calló por un instante. Miró a la joven por el retrovisor. Y al fin, mientras trataba de entrar al río de autos en la avenida, habló de nuevo.

―Matarnos, eso deberíamos hacer todos, porque mire, así como están las cosas, y si encima le suben al...
La joven se acomodó en el asiento, y observó con curiosidad al conductor. ¿Ella se había pasado de rara, o él era una persona interesante?

No lo sabría nunca. Bajó del taxi frente a la calle peatonal que llevaba a su casa y ahí acabó el trazo en que las líneas de aquellos dos destinos se cruzaban.





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