Esta columna podría contener material sexual explícito, inapropiado para menores de edad.
Desde que comencé mi entrenamiento y a curiosear en esto del BDSM, he empezado a analizar y hacerme más consciente de la levedad o abundancia de mis parafilias.
Recuerdo que mucho antes de haber escuchado estas palabras, mi mayor fantasía que se extendió durante años, era tener sexo en un ring de boxeo. Lo que me calentaba de sobremanera era la idea de la lucha, de utilizar mi fuerza bruta, golpear con toda mi energía y potencia saliendo de cada puño, ser golpeada sin misericordia, sin la discriminación positiva al género femenino, estar alejada de ese horrible cliché del "ni con el pétalo de una rosa". Ese herir mutuo de manera controlada me motivaba tanto que obviamente la fantasía terminaba con varios moretones, los labios sangrando y desnudos enredados entre las cuerdas del ring. Tratando de acercarme de a poco a ello decidí meterme a clases de aerobox, pero me di cuenta que soy nula, mi delicadeza y femeneidad están lejos de la rudeza que exige ese sueño.
Con el tiempo y sin querer, me di cuenta de que hay otro tipo de dolor que me causa un inconmensurable placer, los "piercings" y tatuajes. Créanme que me he flechado con cada uno de aquellos hombres que ha marcado mi piel... ¿por qué coincidentemente han sido todos guapos?
Recuerdo un perforador exquisito (¿así se le llama a los que hacen piercing? Perforador, suena sugerente) que me hizo una perforación en el labio, el llamado "labret". Él, sumamente profesional y delicado, me ayudó a subir a la camilla, me miró con atención, tocó mi piel, me acarició los labios, tomó mi cara entre sus grandes manos, todo ello con fines de hacerme mediciones y buscar el equilibrio, pero yo no dejaba de pensar en lo sensual de la escena. Él muy caballero, me ayudó a recostarme sobre la camilla, siguió con sus manos sobre mí, suave y muy atento, cuando de la nada sacó una enorme aguja y ¡ZAZ! Atravesó mi labio y colocó la pieza en la perforación, tanto dolor, tan intenso contenido en un instante y posterior a todo el amor y cuidados. Deliciosa combinación que me hizo ir por una segunda perforación aún más dolorosa y que, también, requería más cuidados.
Pero uno de mis sueños más perversos definitivamente es mi tatuador. Lo conocí por referencias de familiares que tenían hermosos trabajos a lo que sumaban el comentario "además es súper simpático y guapo". Decidí ir a hacerme un trabajito con él y las lenguas no se equivocaron. Esa vez fue un tatuaje en mis costillas, hasta ahora, el más tormentoso que he tenido y quizás por ello, el inicio de una de mis fantasías. Extrañamente las crueles agujas solo me generaron una retorcida calentura, debía hacerlo en un estudio de tatuajes. Una vez terminado aquel suplicio, el mismo hombre que me marcara con ese hermoso sufrimiento, tiraría sus tintas y máquinas para tomarme con fiereza y hacerme sufrir con una penetración firme y potente mezclada con dolorosas caricias en la delicada piel recién decorada.
Al tiempo volví por una nueva obra de arte con este hombre. Principalmente porque adoré su trabajo, pero sin desconocer que había una cuota de hormonas en aquella decisión. Esta vez fue un dibujo en... yo digo que es el "anca", todos dicen que es un eufemismo para decir que me tatué el poto. Lamentablemente para mí esta sesión estuvo demasiado lejos de ser una tortura, las suaves manos de mi artista no me hicieron sentir ni un solo ¡auch!. Pero lo bueno es que estuve como una hora con mis pantalones abajo y a mi querido posado sobre mi retaguardia. Si me leen ya saben que esta zona es crítica en mí, el botón automático al placer. Ahora la fantasía fue siendo un poco más específica, quise que aquel tatuador que me follara debía quitarme con rudeza la ropa, me haría recostar mi torso desnudo sobre la fría camilla y me penetraría rudamente desde atrás, de modo de no poder verlo, besarlo, tocarlo... perder absolutamente el control, totalmente subyugada ante aquellas manos torturadoras.
Un par de involuntarios sueños eróticos después me hicieron decidir que el tatuador que me cogería con furia sería aquel que ya me había hecho sufrir en esas dos sesiones anteriores.
Fui por un nuevo tatuaje. Esta vez la zona a intervenir era la parte baja de mi espalda extendiéndose hacia la cintura. Ello me hizo estar un buen rato recostada de lado con él apoyado sobre mi cadera. Durante la sesión yo fantaseaba sobre la delicia de aquella escena, no solo estaba siendo marcada nuevamente por esas amargas agujas (aunque desde hace un tiempo mi umbral del dolor está bastante distorsionado), sino que el mayor placer estaba en que en aquella incómoda posición yo era usada, literalmente, como un apoyo. Me sentía completamente sometida, me imaginaba que era la piel de un animal exótico convertida en alfombra sobre la que el cazador se recuesta a excitarse con sus triunfos.
Terminada la sesión nos sentamos a conversar, estaba claro que ese huevito quería sal, pero quise dejar mi fiereza bien guardada. Quería ser el frágil cervatillo que es herido de muerte, pero delicadamente para conservar la belleza de su piel para luego ser colgado como trofeo en una pared (o ser expuesto en un ardiente post de BeBloggera), y así, recordar eternamente las glorias pasadas. Pero cual fue mi sorpresa que aquel hombre que sin querer me había doblegado, en vez de arrancarme la ropa a jirones, simplemente me da la mano y me acaricia suavemente. Varios minutos estuvimos así, con nuestras pieles tocándose sutilmente. Y tras aquel momento en que parecíamos dos inocentes enamorados, temerosos de avanzar vino un beso tan delicado, sutil, etéro. Comprendí que si de sus manos salen tan bellas creaciones, no podía esperar una violación consensuada de un bruto troglodita.
Ese mediodía algo más que el lugar estaba errado, el encuentro terminó solo con esos huérfanos besos. Sin embargo, los días posteriores han llegado cargados de húmedos sueños, cochinos pensamientos, involuntarios espasmos calentones y, por su puesto, algunas veces masturbarme mirándolo digitalmente. Sentí que lo que más me excita no es el dolor puro, la gracia es que una rosa tiene delicados pétalos y duras espinas. Dolor y amor, ¿acaso hay alguna diferencia? Ese tatuador que me tortura por una hora, al final también limpia mi sangre, cura mi herida y pone delicadamente un parche. Entonces la analogía más tentadora quizás no sea la de un cazador y una frágil presa, me siento mucho más atraída hacia la imagen de un domador de leones. La fiera es cuidada con mucha dedicación por aquel que le quitó la libertad para ser lucida en público, tal como yo luzco sus creaciones en mi piel desnuda frente a otros hombres, ese animal salvaje parece totalmente sometido ante el poder de su domador, pero el poder del látigo (o de las agujas) es solo simbólico, realmente no puede hacerle ningún daño a aquel animal que es un suave gatito solo por opción, el poder real lo tiene la bestia que de un solo zarpazo puede desgarrar de muerte a su débil captor. La leona elige tomar el poder nuevamente de la nada, como su naturaleza se lo indica, su instinto llama, ruge, avanza lentamente pero a paso firme, saca sus garras, amenaza, se prepara para atacar... un escalofrío recorre la espalda del hombre, pero la leona sólo está jugando, vuelve a convertirse en una dulce minina, se sienta en su pedestal y, sin que nadie lo sepa, ella elige ser doblegada nuevamente. Y así es la fiera quien juega con el domador, a pesar de que todo se ve diferente, ella siempre ha tenido el poder. Avanzar y retroceder, atacar y esconderse, dominar y someter. Cuando vuelva a decorar mi blanca piel, lo devoraré entre mis fauces sin piedad, o tal vez le deje creer que su látigo aún puede herirme.
Quiero sentir el suplicio de tatuarme la delicada piel de los empeines, pero también estoy provocada por tener un "piercing" en el clítoris. ¿Retorcidas fantasías? La piel sana de manera muy fácil, los tatuajes necesitan Bepanthol, los piercing aguita de matico y ambos, algo de tiempo. Al final el único dolor que dura para siempre es un corazón roto y de eso, prefiero seguir lejos, este y muchos tatuajes más.
Y como ya es costumbre, les regalo una canción kitsh para acompañar esta columna. Peligroso amor en la exquisita versión de Leslie Grace.
"Amor amor, amor amor amargo, amor tan dulce, amor amor tan tierno, amor que duele, amor que hiere, amor que endulza... amor que mata"
Y para cerrar, nuevamente les dejo un poquito de filosofía barata de Facebook.
Pucha que te quedó linda esta entrada.
ResponderEliminarAwww muchas gracias!! Es que toda la coshinada acumulada fue fluyendo en letras jaja
EliminarBesitos mi bella
Me dieron ganas de hacerme un tatuaje ajjajajajaj
ResponderEliminarSi no estuviera vetado, te juro que te recomiendo mi tatuador jejeje
EliminarGracias por comentar. Besos
Churrito! Me encantan este tipo de entradas calentonas, gracias!
ResponderEliminarAunque yo no tengo tatuajes ni tengo pensado tener en el futuro, respeto a las personas que si los tienen primero porque hay que ser valiente para hacerlo, no solo por el dolor físico, si no porque es algo "definitivo"... y para hacer algo definitivo hay que ser valiente.
Me encanta esa sinceridad que raya en el descaro, hacerse más tatuajes sólo por ver a esa persona?... jajaja... eres adorable ;)
Un abrazo, hasta la próxima.
Churro te amo. Es oficial.. pusiste a mil mi corazoncito y me dieron ganas de un tatoo.. pero no de uno cualquiera.. tan intensa y original que sos.. ah como te admiro!! :´)
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