Escuchar a mi vecino afirmar, con la seguridad del machismo: "el que no tiene más con su mujer se acuesta", a lo que impertérrita contesto: aplica igual del otro lado. Es una situación común para las mujeres solteras. En otro sentido, el comentario de mi vecino es una llamada al redil, ese del que felizmente me había separado. "Si no tienes otra opción, acepta lo que la vida te ofrece". Mi vecino no es una opción viable, forma parte de la especie de hombres que hacen el amor en género: cualquiera vale, cualquiera está bien. Es un número más en la lista de individuos que nos cortejan porque les parecemos "berracas" o "echadas pa'lante". Haciéndonos cargo de nuestra vida o asumiendo la paternidad que otros rechazan.
La disponibilidad a la que quiero referirme no es simplemente un estado, es una elección plagada de matices, que como tal resiente los imperativos. El motivo de nuestra soledad, entendida como ausencia de relaciones de pareja duraderas, radica precisamente en asumir la vida a destajo, introducción variaciones según criterio. El temor frente a lo que representamos, y a los problemas aparejados a nuestra independencia, da lugar al rechazo, al señalamiento. Recuerdo el estupor en la cara de mi ex novio cuando me reclamaba ser demasiado dueña de mí misma. Lo curioso es que esperaba una disculpa. Que me arrepintiera de pensar y actuar conforme a unas convicciones ubicadas en la otra orilla. Ante mi negativa de ser una extensión de su apocada vida decidió castigarme, con la ilusión del que cree tener la ventaja.
Las mujeres disponibles soñamos que pueda quererse de un modo distinto, sin dependencias asfixiantes o fijaciones absurdas. Con todas las contradicciones y los miedos que el afecto implica. Estamos tras la pista de hombres reales, que vibren con las emociones propias de los humanos. Menos constreñidos por los azares de estos tiempos, y a quienes la vida no haya dejado en la estación desvencijada del "todo está bien", con la indiferencia del que ve pasar lo esencial. La disponibilidad tiene tantas caras como aromas el cuerpo femenino. La mía es un tanto recalcitrante, sin duda, porque contrario a lo que busca mi vecino, yo deseo amar en persona.
Se despide Maru de Horizonte Femenino Colombia
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