Esta película chilena, dirigida por Bernardo Quesney, ha sido el estreno más esperado, por mí por lo menos, de este año. Por lo mismo, la desilusión fue más grande al cabo sólo de cinco minutos de avanzada la película. Con un buen reparto, buen director y buen guion, esta película tenía buena pinta para el éxito, pero a mi pesar, no pudo cumplir con lo prometido.
Anita Reeves encarna a una profesora que fue despedida sin
motivo aparente y se toma un curso a la fuerza y con el apoyo de los mismos
alumnos busca que se la recontrate, en un enfrentamiento clásico de antagonista
con la directora del colegio, encarnada por Catalina Saavedra. La inminente
obra de teatro del colegio hace de la trama una carrera contra el reloj, ya que
la presencia de los apoderados ante esta “protesta” podría arruinar a la
directora, despojándola de la subvención del colegio.
La actuación de Anita Reeves es impecable, su locura
escondida detrás de buenos modales y su búsqueda de la verdad ante todo, nos
hace quererla y sentirnos un poco identificados.
Catalina Saavedra cumple, pero no es memorable. Es más, no
escapa mucho de otros personajes interpretados por ella, aun así, es una buena
entrega.
Ahora, los papeles de la nueva profesora de matemáticas,
interpretada por Fernanda Toledo, y la inspectora, Paola Lattus, son
vergonzosamente amateur, del nivel de esos videos que uno hacía para trabajos
del colegio. Diálogos planos, sin emoción, lenguaje corporal poco creíble y en
general una interpretación mala para sus respectivos personajes por parte de estas dos actrices. Lo mismo para los alumnos del curso, mal actuado y
punto.
Otro notorio problema de esta película fueron los tiros de
cámara, o la falta de ellos, mucha cámara en mano, mucha secuencia larga, movediza
y sin sentido particular, que nuevamente le da un tono demasiado
principiante a la película. Las tomas eran rápidas y quizás quisieron hacernos
sentir como que estábamos dentro de la película, pero lo que consiguió fue
marear y recordarme a esos videos familiares cuando a mi papá se le quedaba la
cámara prendida y quedaban horas y horas grabadas de sus pies caminando.
Sumado a todo esto, me vi enfrentada a una trama llena de
hoyos, situaciones que se dejaron en el aire y que nunca se resolvieron o develaron
para el público. Para dar algún ejemplo, se habla del edificio anexo al colegio
en el que algo pasó en algún minuto pero se deja en el aire y nunca se termina
de explicar y debido a esto pierde el sentido de ser mostrado. Y así como está,
muchas escenas innecesarias en la película que se piensa en un principio que
llevan a algo pero al final queda claro que son sólo relleno, porque ni para
ambientación servían.
Pero no todo es malo, los diálogos están bien logrados,
lástima que los actores no supieron entregarlos bien, son livianos, graciosos y
centrados en un lenguaje real y aterrizado. Se nota la mano de Pedro Peirano, a
ratos. El único "pero" es que en una escena una de las alumnas escribe SI y NO en el
pizarrón para realizar una votación, a lo que otra alumna hace una alusión al
plebiscito, y es que encuentro un poco difícil que en esta época, una niña de
18 tenga tan rápida asociación al plebiscito. Pero bueno, eso ya es opinión
netamente personal.
También destaco la rotoscopía sobre las imágenes congeladas
para dar una cuenta regresiva del clímax, que en este caso es la obra de
teatro, la fotografía, la ambientación y el simbolismo final que nos dice que
los jóvenes de hoy no les interesa el activismo si sobrepasa el horario de
clases, y que en verdad destruyen y gritan sin saber bien por qué lo están
haciendo.
Sumando y restando la película no da, con tristeza lo digo
porque Bernardo Quesney es, en mi opinión, uno de los mejores directores
chilenos, pero quizás tenga que atenerse a los videoclips.
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