La película chilena más esperada y comentada de este año y que ahora podemos ver en TV abierta, vino a darle un aire más fresco a nuestras salas de cine atestadas de producciones de acción sobre valoradas y películas chilenas hechas un comercial de hora y media.
Lo primero que HAY que decir es que Luis Gnecco se robó la pantalla con su actuación como Fernando Karadima. Los gestos, el tono de voz, la templanza a toda prueba y el constante aire de superioridad que hace entender el efecto que tenía este personaje sobre sus discípulos. Se sacó un 7 con esta entrega y le tapó la boca a los que no lo creían capaz de sacudirse su pasado mayoritariamente cómico.
Siguiendo con el análisis de los personajes, Thomas Leyton, el protagonista y víctima de Karadima, representado en su juventud por Pedro Campos, el joven que conocimos en “Vuelve Temprano” de TVN, hijo de los célebres Cristian Campos y Claudia DiGirolamo. Y en la adultez por Benjamín Vicuña. Mi primer pero aquí es por qué ocupan a un actor para representarlo a los 17-18 y otro para los 23 en adelante. Pero a la vez usan a un afeitado Vicuña para hacer algunos flashbacks del joven Leyton en la universidad. Entonces, ¿por qué no usaron sólo a un actor? Es absurdo usar dos actores para representar una diferencia de 5 años entre episodios. Está completamente de más.
Con respecto a la representación de los personajes, ambos actores dejan con gusto a poco. Campos entrega una interpretación plana y desabrida, y al parecer la única que sabe hacer, el cabro pavo, demasiado bueno para ser verdad y lleno de conflictos internos que el intérprete no sabe mostrarnos en su actuación. A Vicuña nunca le he creído en sus actuaciones y creo que nunca lo haré. Siento que el Vicuña de “Promedio Rojo” es él en toda su expresión y que su intento por hacernos sentir que tiene sustancia no alcanza a convencerme. La única actuación de Vicuña que aplaudo es en “Fuga” de Pablo Larraín. No sé si es que no sabe hacer papeles dramáticos o que simplemente piensa que por ser Benjamín Vicuña la gente lo aplaudirá sin importar lo vacía de su entrega.
Los actores secundarios no son muy memorables. Aline Kuppenheim como la mamá de Thomas Leyton, hace el mismo personaje que hizo en “Machuca”, la mama suelta de cascos y media caída al frasco. Francisco Melo, como el Padre Aguirre, que termina siendo el justiciero que se sale del alero de la iglesia Católica para que la verdad salga a la luz. Ingrid Isensee como Amparo, la mujer de Leyton, nunca supimos si quiso interpretar a una niña pacata media Opus Dei o a una joven que por casarse con el cabro bonito dejó de lado toda su identidad propia. Marcial Tagle, el actor secundario por excelencia, siempre la dama de honor y nunca la novia, ¿será el protagonista alguna vez? Quisiera saber quién lo asesoró y le dijo que es normal que un cura se rape a lo skinhead pero que a la vez se deje una barba de hípster sucio que parece un híbrido entre Osama Bin Laden y un monje tibetano. Bueno, Tagle nos trae a Andrés Arteaga y sería. Gloria Munchmeyer hace de Elena Fariña, la madre pituca, clasista y pacata de Karadima, un personaje que Munchmeyer interpretó en cada película y tele-serie chilena en la que participó.
La trama está bien desarrollada, los flashbacks y flashforward están hechos de manera limpia y sin cortar el orden lógico de la película. La escenas de abuso están hechas con una crudeza que es a la vez sutil y dura, y que el solo hecho de pensar que eso realmente paso te deja con el corazón y el estómago apretados. Las ambientaciones fueron buenas y jamás nos habríamos imaginado que realmente no fue grabada en la mítica iglesia de El Bosque.
Se cayeron, a mi gusto, en dos cosas. La primera, en el principio de la película vemos como Thomas Leyton llega hasta la iglesia de El Bosque a conocer a Karadima y llegando hasta su pieza ve como lo visten los demás jóvenes. En la realidad no creo que sea tan fácil que cualquier persona que viene de la calle y nadie conozca pueda llegar tan libremente y con cero dificultad hasta la misma pieza del cura más importante de esa iglesia y darse el lujo de espiar por la puerta sin que nadie lo note. Segundo, la música me pareció repetitiva y hasta me atrevo a decir, muy parecida a la de la serie “Los 80” de Canal 13, el mismo piano una y otra vez con la misma melodía lacónica, escena tras escena.
En general es una película buena, que muestra una realidad que necesita ser expuesta y que se sale de las típicas películas chilenas que están saliendo hoy en día, que o son demasiado políticas y sociales, o son una basura comercial sin peso de nada. Es un buen respiro y revindica a Matías Lira como un director después del bodrio de “Drama” (2010).
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