Hace poco leí un estudio de un psiquiatra de los años 70 donde envió a 8 personas sanas a instituciones mentales, los médicos, enfermeras y staff no fueron capaces de reconocer que estaban sanos. Ajustaban la realidad al diagnóstico, a la etiqueta marcada en ese paciente. Luego de años de despersonalizar al paciente y tratarlo como enfermo, el paciente se convierte en enfermo porque se auto-convence de que lo es, y entonces tara! Profecía cumplida, diagnóstico acertado. Existen estudios similares de niños a los que se les enseña que son inteligentes y, aunque no muestren ninguna aptitud sobre la media, rinden mejor en los exámenes.
¿Entonces, cuántos de nosotros vivimos atrapados por la etiqueta, los adjetivos que escuchamos alguna vez y que hicimos propios?
En mi caso, por ejemplo, vivo con pánico de que la gente se aburra de mí porque en el colegio me dijeron que era como un dulce demasiado dulce, hastío; pero con palabras más feas. Entonces, en esta madrugada me sigo preguntando cuántas otras etiquetas que están ahí no son mías, pero acepto como propias.
Seguiré reflexionando el asunto mientras lo consulto con la almohada, y mañana me enfrentaré a mis miedos, de a poco, uno a la vez. Porque como dijo mi mamá, vivir con miedo no es vivir, es sobrevivir. Y yo por una vez me pondré a mi misma la etiqueta de valiente, de alegre, de tener una sonrisa, de ser más indulgente y de ser feliz. A todos los que están leyendo los invito a poner su propia etiqueta.
Entrada enviada por Conny del blog:
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