En un principio pensé en hacer una columna entretenida sobre cómo el sartén es el que finalmente hace la pega de los paqueques, y cómo una, por más cariño que le ponga a la masa, se entrega a ese sartén, a la vez que lo toma por el mango y lo maneja con delicadeza. Como el primer panqueque, aunque igual de delicioso, siempre será el más feo, ese con el que aprendes a manejar el mango de ese hombre que te calienta la masa.
Cuando se acaba la masa, cada vez que haces panqueques, tomas la decisión de volver a hacer la mezcla en ti o de decirle a tu sartén: "fue un gusto pero cambiaré el teflón por la cerámica". Pensar en todos esos movimientos porno cuando diste vuelta el panqueque a medio hacer en el aire y trataste de que volviera a caer en el sartén, pero terminó en el suelo. Y en todas esas veces que te las diste de "Masterchef" y trataste de cambiar la masa, sólo para darte cuenta que sigues revolviendo los tres ingredientes principales.
Pensar en esa vez que hiciste la masa grumosa porque te aburriste de revolver, o cuando te aburres de freír y le dices a tu sartén: "¿y si esta noche sólo hablamos?". El perdirle a un sartén caliente que te abrace, sólo para terminar quemada, porque estaba listo para calentar la masa de tu deseo.
Pienso en como escucho a mis amigas probar diferentes sartenes, en diferentes cocinas, para comer una golosina de media noche. Como al encontrar mi sartén se me olvidaron todos otros, esos que hicieron panqueques fallidos, incomibles y la masa terminó en la basura. Pienso en muchas cosas mientras cocino mis panqueques celestinos, sólo debo confesar que esta vez me quedaron exquisitos.
Entrada enviada por Conny del blog:
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