Tener 30 y estar divorciada es de las ironías más grandes de la vida.
Una década en donde todos comienzan a sentar cabeza, casarse y en donde, de seguro, tu generación está dedicándose a tener hijos y comprar casa.
Desde mi adolescencia me di cuenta que planificar no era algo para mí, que esas frases típicas de “cuando tenga 35 voy a estar recibida, casada y con hijos” no me describían en lo absoluto. Lo complejo es encontrarte años después dándote cuenta que tampoco hay una frase que vaticine futuro que te describa.
Mirar hacia delante e intentar planificar como será tu vida después de 10 años de relación se convierte en una especie de niebla, donde los monstruos pueden atacarte en cualquier momento. Stephen King estaría fascinado y seguramente sería su víctima en una de sus novelas.
El empoderamiento femenino es algo que genera tanto conflicto en los vínculos, que te hace darte cuenta que ser una mujer con proyectos personales redunda en que los proyectos que incluyen la palabra “nosotros” son inversamente proporcionales.
En una sociedad en donde el antagonismo es mujer exitosa vs mujer con proyecto de familia. ¿Cómo se amalgama una relación y se sostiene?
Sin dudas el rol de los hombres es fundamental, en tanto no debería, el desarrollo personal, convertirse en un problema de pareja. Pero cuando los platos sucios se acumulan en la cocina, o nos ausentamos del hogar por más de un día, cuando por más que convivamos nos vemos solo dos veces a la semana y para peor, en teoría, nuestra actividad es la culpable de esto: ¿hay una forma en la que se pueda sobrevivir en pareja?
El discurso masculino del promedio del hombre actual comprende esto. Es más, enamora a la mayoría. Esa imagen idealizada de la mujer que es independiente, que labura, estudia y tiene proyectos, en un inicio aporta misterio a la relación, hace que nosotras hayamos eliminado el cliché social de que somos las molestas, las demandantes de tiempo o las controladoras.
Pero conforme el tiempo pasa, luego de un par de citas y algún tiempo, alguien tiene que agarrar por el mango el sartén del control. Y ahí es donde los roles suelen invertirse y a la mayoría de los hombres se les derrumba el castillo de naipes que construyó con nuestra imagen de mujer empoderada. Y nosotras comenzamos a freírnos en el aceite del vínculo.
Si una relación implica una negociación constante... ¿qué tanto estamos dispuestas a negociar y prescindir?
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